Hace casi dos años, mi tía Analú (a quien sentía como una prima) comenzó una batalla contra el cáncer. En ese proceso ideé este cuento, o mejor dicho, Dios lo mandó a mi mente. Sin embargo, nunca se lo pude enseñar. Es por eso que el 16 de mayo, el día que Dios la llamó a su presencia, lo concluí, lo que acabó siendo mi despedida y un homenaje a todo lo que hizo en nuestras vidas mientras estuvo con nosotros.
Este cuento es para ella.
El hadita que brillará por siempre
Había una vez una malvada bruja que no podía soportar a un hada tan bella y bondadosa como aquella, pues el hadita había intervenido en miles de cuentos para ayudar a otros a encontrarse a sí mismos, darles un empujoncito de fe o conferirles una carroza para que asistieran a un baile de medianoche. Por eso, usando su varita, portadora de una terrible magia obscura, la malvada bruja la hechizó...
El hadita cayó en cama por dos años y, conforme más pasó el tiempo, la magia con la que tanto hizo maravillas se desvaneció. Estaba triste, dolida… ¿Cómo podría seguir ayudando a los habitantes del bosque y otros reinos?
Un día, mientras descansaba en la camita junto a su familia (bastante numerosa, por cierto), llamaron a la puerta de su casita. Cuando su hermana la abrió, se encontró con una fila gigantesca de criaturas mágicas y humanos que se perdían en el horizonte, a los que el hadita había ayudado en algún momento de sus vidas... eran miles.
A lo largo de la tarde, uno por uno, se acercaron a agradecerle una vez más por lo que hizo por ellos, pero más importante, a contarle cómo su esencia tan dulce, cariño y calidez los hizo verse de una manera diferente, los hizo sentirse amados, al punto que sus vidas se transformaron más allá de lo que la magia pudo hacer. El hadita se dio cuenta de que no necesitaba magia; ella era la magia. Por primera vez en meses, sonrió.
Cuando el último ser de la fila se acercó a ella, el hadita sintió paz. Sabía quién era Él. El hombre se sentó a su lado, le sirvió una tacita de té y le agradeció por haber dado lo mejor de sí misma en el cuento de su vida.
—Es hora de irnos, mi amor. Tu cuento en el bosque ha concluido, pero mi cuento contigo en mi hogar recién empieza. —Le dio un beso en la frente—. Vamos.
El hadita se levantó de la cama. Su familia la abrazó, mostrándose el amor que siempre se habían tenido; eran conscientes de que volverían a verla cuando fuera su momento. Sonrieron.
¡Fua!
El hadita y Narrador desaparecieron abrazados en una columna de luz blanca. Sus padres, su hermana, sus tíos, sus primos, sus amigos y todos aquellos que la amaban suspiraron tranquilos. Ella estaría bien, mejor que nunca.
Nos vemos en cielo, Analú. Te voy a querer siempre.
—Andrés
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