Este es un cuento que escribí después de tomarle una foto a mi sobrina sosteniendo una «varita mágica» que le regaló su hermano.
Muffy McPrinkles
Este cuento en rima será. Muffy McPrinkles era un hada singular. Tenía tres años, nuggets comía, y cuando le ofrecían verduras, con pies planos huía. Mami solía decirle: «Espérame aquí, no tardo en venir, pues muchos deseos iré a cumplir».
Una noche que mami fue a trabajar y a deseos conceder, Muffy escapó de casa para una travesura hacer. Quería saber cómo se sentía ser madrina, pero no tenía varita, así que del árbol más cercano cortó una ramita. A decir verdad, era un garrote, tan largo como ella y grueso como un elote. Extendió sus alas, una sonrisa alargó y con su varita mágica entre brazos voló.
¡Fu! ¡Fu! ¡Fu! El viento sopló. Muffy McPrinkles con un gigante se encontró.
Todo a su paso él pensó derribar, e incluso a ella la quiso aplastar. Muffy pretendió un deseo conceder, pues qué mejor que un acto bondadoso para un monstruo detener. Voló hacia su hombro y un encantamiento pronunció, agitando el garrote con tremendo valor.
—¡Pitipí Patú! —gritó.
¡PUM! Sin querer, un golpe en la nuca le azotó.
¡CAPUM! El gigante cayó al suelo, y sin saberlo, Muffy McPrinkles sí que cumplió un deseo: el de los pueblitos a los que el gigante atormentaba, porque con él desmayado, finalmente con paz contaban.
Muffy McPrinkles resultó ser buena madrina. Dejó al gigante en el suelo y regresó a su casa tan rápido como podía. Se metió a su cama y se puso a dormir; su mami no sabría lo que acababa de ocurrir.
Ay, Muffy, cuan traviesa era, hada pequeña, singular y aventurera.
Andrés Beltanien
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