Reflexión inspirada en ‘El juego de los deseos’: ¿Empolvaste tu don?
Hace algunas semanas escribí la reseña de El juego de los deseos, de Meg Shaffer, uno de los libros más hermosos que leí este año. (Eso sí, he de confesarte que fui algo imparcial, pues tiene muchos ingredientes perfectos para mí). Pero bueno.
Cuando leí la novela, no pude sacarme de la cabeza una frase que me voló la cabeza. Me pareció brillante y muy apegada a la visión que tengo sobre los dones que tenemos. La frase proviene de un diálogo dicho por el personaje Jack Masterson, autor de la serie literaria infantil más vendida de todos los tiempos.
«Dios, o quienquiera que esté a cargo de este planeta, se emborrachó un día en el trabajo y me dio el don de la escritura. Tal y como yo lo veo, tengo dos opciones. Puedo poner ese don en el estante más alto para que no se estropee y nadie se pueda reír de mí por jugar con él. —Sonrió hasta que las arrugas en las comisuras de sus ojos fueron lo suficientemente profundas como para ocultar secretos de Estado—. O puedo divertirme usándolo y jugando con el regalo que me han hecho hasta que se queme el motor y se le caigan las ruedas. Decidí jugar».
Meg Shaffer
El juego de los deseos
Mientras más resonaba en mi mente, me obligué a plantearme algunas preguntas.
¿Qué don o dones tengo?
¿Los estoy usando?
¿Los he guardado?
¿Los he escondido por temor?
¿Cómo se sentiría Dios si viera que el regalo que me dio está empolvado?
¿Por qué no uso mi don si me hace tan feliz?
Entonces lo entendí: los dones nos hace ser nosotros mismos, nos ayudan a mejorar, a crecer, a apoyar a otros, pues están relacionados con nuestros sueños, anhelos y manera de ser. Sin embargo, a veces los ocultamos, los subestimamos o nos sentimos avergonzados de ellos por el temor al juicio, a la crítica, a la vergüenza y a no cumplir las expectativas que tenemos de nosotros mismos o las que tienen los demás sobre nosotros. Es así que los guardamos y se empolvan, tal como dice Jack.
Por eso, para evitar dicha trampa, redacté una serie de recordatorios que me han ayudado en las últimas semanas.
Tengo un don único. Sí, aunque otros tengan el mismo, conmigo funciona diferente por el simple hecho de que tiene mis experiencias, mi esencia, mi propósito y mi manera de divertirme. (Por ejemplo, yo amo escribir, pero mi manera de hacerlo no es igual a la de otros que también escriben, así que mi don es único).
No puedo huir de mi don. Aunque quisiera apagarlo, siempre busca salir, porque es el que me ayuda a divertirme, expresarme, cumplir mi propósito y ser yo.
Debo usar mi don. Si no lo uso, se oxida, deja de funcionar con facilidad y comenzaré a creer que nunca lo tuve. Así que usarlo a consciencia es crucial.
El don puede ser un regalo para otros. El don representa algo que otros no pueden hacer y que, por lo tanto, puede serles de apoyo en distintas situaciones. (Algunos tienen don para hacer reír y, cuando lo usan, alegran a los demás con él).
Solo yo tengo mi don. Dios no se lo dio a nadie más, sino a mí. No importa si me gustan más los dones de los demás, no puedo intercambiar el mío con el de ellos, así que prefiero agradecerlo y honrarlo. Puedo hacer grandes cosas con él.
El don es un regalo de Dios. Los regalos se agradecen, se valoran y se usan, especialmente si vienen de quien más me conoce y me ama.
Así que, como puedes ver, esa frase que te compartí generó toda esta reflexión que me provocó agradecer, sentirme gozoso y animado a continuar usando mis dones. Espero tú hagas lo mismo.
Todos tenemos uno, dos, tres, cuatro o más, y no importa cuántos ni cuáles sean, podemos hacer grandes cosas con ellos si decidimos no guardarlos, ni ocultarlos ni empolvarlos.
¡Usemos nuestros dones!